martes, 21 de junio de 2011

La niña de los ojos grandes.

¡Sobrada, sobrada! gritaban los niños, al ver cada tarde a una niña linda de grandes y bellos ojos negros.

Se llamaba Luz y siempre iba acompañada por una señorita de uniforme blanco, muy estirada y muy seria, que no permitía que nadie se le acercara.

La niña parecía no darse cuenta que era a ella a quien iban dirigidos los gritos. Pasaba sin detenerse y sin mirar a nadie.

Es una antipática, se cree muy importante, por eso ni nos mira comentaban los niños.

Pero uno de ellos, llamado Diego, no creía que fuera tan sobrada. Varias veces había intentado acercarse a la niñita, pero la señora de blanco no lo dejaba.

¿Cómo te llamas? Le gritaban, pero ella ni siquiera los miraba.

Una tarde, los chicos decidieron hacer algo. Se escondieron en el parque y en el parque y en un descuido del ama, rodearon a la niña gritándole:

¡Sobrada, sobrada! Y hasta le jalaron su cabello.

La niña, muy asustada, echó a correr. Diego la alcanzó y fue entonces cuando se dio cuenta de que era ciega.

Muy arrepentidos, todos los chicos fueron a la casa de Luz, le pidieron perdón y se convirtieron en sus amigos.

Ella los perdonó y, desde ese día, cada tarde los recibía en su casa y jugaba con ellos.

Los chicos aprendieron este mensaje:

Uno nunca debe juzgar a los demás por las apariencias, porque esa persona puede ser especial.